11 de agosto de 2010

Pasillos de tiempo

Dedicado a mi archivo de textos, que cada tanto me trae una grata sorpresa a falta de nuevasbuenas ideas


Oscuridad.
Enzo flota. Gira y flota. Sueña y flota.
Un ladrido lo devuelve a la sala de espera del sanatorio. Una mujer de unos 50 años sale del consultorio, tironeada por su coqueto perro salchicha. La mujer lleva una pollera larga. Roja y verde. También tiene unos anteojos negros, enormes como ojos de mosca. Y tiene una especie de blusa, si es que se puede llamar así a una serie de trapos superpuestos y coloridos. La mujer se pierde por el pasillo. Su perro no ladra más.
Enzo busca su reloj en la muñeca izquierda. No está. Piensa en que debería estar. Piensa en que salió del trabajo con el reloj. Piensa en que llegó a su casa con el reloj. Piensa en que se sacó el reloj para bañarse. Piensa que se lo volvió a poner para ver al doctor Imhoff, su nuevo dentista. Y piensa en que llegó al sanatorio con el reloj. Y se durmió. Y ahora no está. Busca el reloj de pared que estaba a la izquierda. Las 22:05. No debería ser tan tarde. Se levanta y va por el pasillo, recorriendo el mismo camino que la mujer extravagante y su perro coqueto. A su izquierda están las puertas de los consultorios, perfectamente numeradas. La 8 es la del doctor Imhoff, y desde ahí van descendiendo hasta la 1. Enfrente del consultorio 3 encuentra una ventana a su derecha. No cree haberla visto cuando vino, pero ¿quién sabe?. No se ve nada. Al parecer, realmente es de noche y él se quedó dormido un par de horas en la sala de espera. Se acerca e intenta abrir la ventana. El aire de la primavera siempre le cayó bien. Pero no puede abrirla. No parece cerrada, no tiene ninguna traba a la vista. Pero no se abre. Odia las ventanas modernas. Piensa que deberían venir con un manual de instrucciones para poder abrirlas.
Sigue por el pasillo. Está buscando a la recepcionista. Una chica de unos 25 años, de sonrisa muy bonita y ojos claros. Gira en un nuevo pasillo a su derecha y encuentra la recepción. La chica no está. Pero están las planillas en donde anota a los pacientes. Está la lapicera, que no tiene el capuchón puesto. Y hay un café, un cortado, que todavía despide un leve humito muy tentador. Y está por la mitad. Enzo no quiere esperar a la chica. Piensa que está con algún enfermero o con algún doctor, aprovechando los beneficios de la hora. Sigue caminando por ese pasillo verde. El pasillo del consultorio del doctor Imhoff es blanco. Éste pasillo es verde y después de girar a su izquierda ingresa en uno rosado. En este hay más puertas que en los otros dos, pero no están numeradas. No entiende como la gente del hospital sabe a que puerta entrar. Enzo llega al final del pasillo. A su derecha hay otra ventana. Le devuelve la imagen de un patio descuidado: pasto alto, plantas secas y un solo árbol caído. Todo está regado por el tibio sol de la primavera. Afuera es de día.
Vuelve por el pasillo rosado. A mitad de camino sale a su izquierda otro pasillo, más angosto, más oscuro. Siente un aroma exquisito. De carne a la plancha. Se sumerge en el pasillo oscuro, tanteando las paredes para no caerse. El aroma lo envuelve, hipnotiza a su estómago. El pasillo se angosta cada vez más. Enzo empieza a caminar de costado. Choca con algo. Ahoga un grito en su garganta. Tantea. Encuentra un picaporte. Abre la puerta y entra a una cocina pequeña. Hay una plancha en donde se está cocinando un pedazo de carne. Hay dos copas sobre la mesa. Dos platos, dos tenedores y un solo cuchillo. Cierra la puerta y vuelve por el pasillo oscuro. Al pasar cerca de la pared engancha el interruptor y las luces se encienden. El pasillo es de un tono rojo, como el de la carne a medio cocinar. Sigue adelante. Llega a una bifurcación: un pasillo celeste a su izquierda, un pasillo gris a su derecha. No recuerda ninguno de los dos. Pero su memoria anda fallando últimamente. O por lo menos eso le dijo el doctor Viedma antes de recetarle las pastillas caras. De eso sí que se acordaba.
Va hacia su derecha. A lo lejos escucha música. No sabe qué música. Tal vez sea clásica. Vuelve sobre sus pasos. Odia la música clásica. Cruza una puerta y se encuentra en un salón de baile. Una pareja baila al ritmo de la salsa. Otra pareja baila un vals. Otra baila un rock. Enzo pasa entre todos ellos. Está buscando el consultorio del doctor Imhoff, no quiere perder su turno. Cruza otra puerta. Comienza a vibrar el celular en su bolsillo. Lo saca. Es un recordatorio: “cumple de Pedro”. ¿Quién es Pedro? El celular no tiene señal, ni crédito, ni batería. Enzo sigue por este pasillo marrón. Té con leche se podría decir. Va tanteando los picaportes: todas las puertas están cerradas. Alguien lo llama por su segundo nombre. Enzo creía que nadie conocía su segundo nombre. Se dirige hacia la voz, hacia el final del pasillo. La voz se aleja en lugar de acercarse. Enzo tropieza con una tabla de surf. La levanta y la observa. Nunca practicó surf. Nunca vió una tabla de surf. Nunca fue al mar. Sigue por el pasillo. Encuentra un reloj en el piso. Son las 21:30. Se pone el reloj en la muñeca derecha, al lado del suyo. Y sigue caminando. Gira a su derecha y entra al pasillo verde. Cuelgan grandes telarañas del techo. Enzo piensa en que deberían mejorar la limpieza del sanatorio. Un niño pasa a su lado en un monopatín. Lleva anteojos negros y una campera con tachas. Tira el monopatín y entra en un consultorio. Enzo se acerca a la puerta. Se para frente a ella. No se escucha la voz del niño. No se escucha nada. Sigue por el pasillo y vuelve a la recepción. Pero no le parece la misma recepción. Están las planillas. Está la lapicera sin capuchón. Pero ahora hay un mate. Y un termo. A lo lejos alguien canta el cumpleaños feliz. Y se escuchan ladridos. Enzo gira. Ve al final del pasillo verde al perro salchicha coqueto de la mujer extravagante. Enzo gira. Ve al final del pasillo gris a la mujer extravagante sin su perrito coqueto. Enzo gira. Ve al final del pasillo celeste una puerta con un gran cartel. Camina hacia ella. Es un pasillo sin puertas ni ventanas. El piso es celeste. Las paredes son celestes. Se cruza en su camino una cucaracha. También es celeste. Llega a la puerta. El cartel dice “Saludos para Enzo del Dr Imhoff”. Enzo gira el picaporte y entra. Sale a un pasillo blanco. Parece el primer pasillo pero ¿quién sabe? Le cuesta caminar. Sus pies se adhieren al piso de chicle. Se saca las zapatillas y sigue. A su izquierda sale otro pasillo blanco. Ve el banco en donde estaba esperando. Va hacia él y se sienta. Justo frente a la puerta del consultorio del Dr Imhoff. Mira el reloj de pared: las 21:30. Mira el reloj en su muñeca derecha: las 22:05. Piensa en el tiempo. En como pasa sin que nos demos cuenta. Mira la puerta. El consultorio. La puerta del consultorio. Él y la puerta.
La puerta.

Diego M

2 comentarios:

josé lopez romero dijo...

tu historia me sumergió en un estado caótico, por sus descripciones, del que no pude salir hasta el final, ese hospital mete miedo, de verdad, saludos amigo Diego, tanto tiempo,

Diego M dijo...

José: siempre atento al Urbanicomio vos!!
Me alegro que te hayas sumergido en el texto, me había olvidado de que lo tenía y decidí colgarlo acá a ver que me decían los lectores.
Así que... gracias!!
Abrazo!