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17 de noviembre de 2019

Transmitiendo desde las nubes

De golpe te encontrás a once mil novecientos metros de altura, a ochocientos y pico de kilómetros por hora: te sacuden, te sentís aturdido, como secuestrado. Al principio no sabés que hacer con tu tiempo. Después te acomodás, escuchás música, ves películas, leés, sonreís mucho. Vas haciendo todas esas cosas que te encanta hacer pero que sólo te las permitís en vacaciones.
De repente, te encienden las luces, te abren una puerta y aparecés en otro lado, a miles de kilómetros. ¿Magia? Puede ser, y contracturas también. Pantorrillas, espalda y tobillos declaran que, después de 12 horas de vuelo, tendrían que darte gratis un dia de spa.
¿No es extraño que hayas tenido que separar los pies de la tierra para poder volver a escribir algo? Lease “algo” que no llega a ser “algo decente”. Estas líneas se sienten como cuando un ingeniero, después de proyectar y llevar a cabo decenas de obras, y luego de un tiempo prolongado de bloqueo (¿existe el bloqueo de los ingenieros? ¿es por falta de ideas o de financistas?) En fin, decía que es como cuando un ingeniero arregla la puerta de su alacena con un martillo y dos clavos: es volver a sentirse útil, darse cuenta de que todavía podés arreglar algo, cantar algo, escribir algo. Todo sirve. Disfruten del viaje.


Diego M

19 de marzo de 2011

¿Existe todavía mi blog?

A Jime, por el empujoncito

Un mediodía, navegando tranquilo por las aguas internéticas me vino a la cabeza la pregunta del título. Dudé un momento, las mandíbulas blogueras no suelen dar tregua a las lagunas (casi oceanísticas ya) de un pichón de escritor "medio pelo". Entonces googleé (¿se escribe así? un corrector a la izquierda por favor) Urbanicomio, el buscador no me preguntó si estaba equivocado o quería poner otra cosa menos rebuscada, algo así como "Urbanismo". Y entré de nuevo acá, corrí unas ratas a escobazos, saqué telarañas con un plumero medio desarmado y corrí el polvo de los muebles con mi franela de letras.
Acá estaba de nuevo, después de vueltas al mundo, a la cabeza y al-que-decir. Me senté en el sillón de la falta de ideas y contemplé a mi alrededor: fajos de papeles amarillos, cuadernos sin hojas en blanco, posters del Manteca Martínez y de Los Pericos, condompos charlando detrás del machimbre mohoso y muchas otras cosas. Oí algo imperceptible, muy a lo lejos. Fui hasta el rincón detrás de la biblioteca, me arrodillé y miré: una idea parpadeaba desde el fondo del agujero, con ojitos achinados por la falta de luz y sorprendida al ser iluminada por la linterna de mi celular.

Diego M

30 de marzo de 2009

Este texto no debe llamarse "Miedo"

Miedo. Miedo a la nada. Miedo de que se rían, de que no les guste o de que ni siquiera lo lean. Miedo a las ideas, o a la falta de. Miedo a quedar en ridículo, a no ser vos, o a ser tan vos. Miedo a poner mucho y no recibir. Miedo a no saber como, a no dar el primer paso, la primera letra, el primer renglón. Miedo. Miedos que no se van a pesar de éstas líneas. Miedos que no terminan en un punto final.

Diego M