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17 de diciembre de 2008

Dicen que la justicia es ciega

En un mundo tan parecido a este que da miedo, un periodista será juzgado (luego de ser apaleado y detenido) por haber cometido el terrible crimen de arrojarle sus propios zapatos a un líder político durante una conferencia de prensa. Dicen que la ira del periodista se debía a que dicho líder político había cometido un par de errores durante su gobierno. Uno de los cuales había sido el de invadir un país en busca de armas de destrucción masiva peligrosísimas (que nunca encontró). Esta invasión provocó miles y miles de muertes inocentes, pero el líder sigue aun hoy sonriente y viajando por el mundo.
Que terrible el acto cometido por el periodista ¿no?

Diego M

16 de mayo de 2008

Dándose a luz

Silvio Sánchez Olarra, General Planning Manager. Eso decía la tarjeta, hecha un bollo moribundo, al lado del cesto de su oficina. Dentro del cesto yacían decenas de tarjetas gemelas. No le había gustado la textura. Por eso mañana llegaba un pedido de mil nuevas “de textura más cálida”, según el cadete nuevo.
La mirada perdida escondía planes. Planes que tenían que ver con su hermano: el licenciadito Nicolás Sánchez Olarra. Tres años menor. El preferido. El brillante.
Era otro día de tantos. El despacho supuraba calma. Y él estaba hundido en sus pensamientos. Le encantaba entrevistar gente. Conocer sus necesidades, degustar sus sonrisas de compromiso, charlar sobre sus familias, comparar sus fastuosos currículums con su pobre apariencia. Pero lo que más le encantaba era rechazarlos. Uno por uno.
La mirada, otra vez perdida, escondía carreras truncas. Y un título comprado por papá. Envuelto en su traje de Armani, recordaba. Y apretaba los labios.
Otra tarjeta vuela hacia el cesto, planea de forma perfecta hasta aterrizar sobre las demás. “General Planning Manager”, otro asqueroso invento.
El día termina y la puerta del despacho sigue muda. La mirada, ahora encontrada, se ilumina. Proyecta pensamientos de una oscuridad asquerosa.

Diego M

17 de febrero de 2008

Arreligionado

Lo siento
no existe el cielo
no hay redención
hay lo que hay

Hay lo que Hay (Pez)




Rebaño
arreado
lavaje
agua bendita


Rebaño
cura
pastor
ganado


Redención
confesión
oración
colaboración


No mientas
no existe
y si existiera
vos no lo viste

Hay
lo que hay

No inventes más

Diego M

5 de agosto de 2007

Epílogo de algo más largo

Luego de su devastadora derrota en la batalla de Voldemonten, los ejércitos del malvado Gordon Bladd fueron debidamente juzgados y condenados a la muerte más tremenda.
A su vez, Viggo Bonachonen fue erigido como Rey Supremo de las Tierras Napolitanas, debido a su gran tarea en dicha batalla y a su incansable lucha por hacer siempre el bien, cortando las cabezas enemigas para salvar a su golpeado pueblo.
Así fue que se llegó a una nueva normalidad en las Tierras Napolitanas, sembradas ahora de un futuro esperanzador y abonadas debidamente con la sangre del ejército enemigo. El General Viggo se casó con una pobre plebeya (pero muy bonita, era Bonachonen pero no era ningun gilachonen) y disfrutaron muchos años juntos de felicidad, cariño, ternura, alcohol, drogas y fiestas negras.
Varias décadas después, el Rey Viggo murió de una sobredosis de buñuelos de acelga.
Ante este trágico panorama se llamó a elecciones. Tras un ballotage muy reñido, el malvado reconvertido (recién dado de alta de una clínica de rehabilitación) Gordon Bladd fue elegido como nuevo Rey Supremo obteniendo más votos que la (ya no tan pobre y ahora modelo de Playboy) plebeya viuda de Bonachonen. El ex malvado le prometió a su pueblo el rearme de su ejécito con el objetivo de invadir otros poblados, conquistándolos a puro corte de cabeza.
La segunda medida del gobierno de Bladd fue borrar las huellas del paso de los Bonachonen por el poder. Por lo que mandó a demoler las estatuas que homenajeaban al otrora líder del pueblo. La tercera medida fue la condena a muerte de la viuda Bonachonen y de los integrantes del ejército del ex líder.
Éstas medidas fueron anunciadas por el malvado rehabilitado, desde el balcón de su residencia, frente a la Plaza del Callo. La gente lo vivó mientras pisaba los restos de la estatua de Bonachonen.
Así fue que se llegó a otra nueva normalidad en las Tierras Napolitanas, sembradas ahora de un nuevo futuro supuestamente esperanzador e inundada debidamente con su sangre.

Diego Monrroy