17 de noviembre de 2019

Transmitiendo desde las nubes

De golpe te encontrás a once mil novecientos metros de altura, a ochocientos y pico de kilómetros por hora: te sacuden, te sentís aturdido, como secuestrado. Al principio no sabés que hacer con tu tiempo. Después te acomodás, escuchás música, ves películas, leés, sonreís mucho. Vas haciendo todas esas cosas que te encanta hacer pero que sólo te las permitís en vacaciones.
De repente, te encienden las luces, te abren una puerta y aparecés en otro lado, a miles de kilómetros. ¿Magia? Puede ser, y contracturas también. Pantorrillas, espalda y tobillos declaran que, después de 12 horas de vuelo, tendrían que darte gratis un dia de spa.
¿No es extraño que hayas tenido que separar los pies de la tierra para poder volver a escribir algo? Lease “algo” que no llega a ser “algo decente”. Estas líneas se sienten como cuando un ingeniero, después de proyectar y llevar a cabo decenas de obras, y luego de un tiempo prolongado de bloqueo (¿existe el bloqueo de los ingenieros? ¿es por falta de ideas o de financistas?) En fin, decía que es como cuando un ingeniero arregla la puerta de su alacena con un martillo y dos clavos: es volver a sentirse útil, darse cuenta de que todavía podés arreglar algo, cantar algo, escribir algo. Todo sirve. Disfruten del viaje.


Diego M

1 comentario:

josé lopez romero dijo...

buenísimo encontrarte, Monrroy...