26 de diciembre de 2009

De 10 a 15

Se quedó porque la fila para pagar era más corta que nunca. También había otras filas: para pedir monedas, para cobrar, para depósitos y algunas otras que él nunca había utilizado. Ni bien se puso en la fila se empezó a llenar de gente detrás suyo. Los que más le llamaron la atención fueron dos hermanos gemelos con camisas floreadas iguales. Y una señora con un sombrero rojo. El día transcurría tranquilo y la fila avanzaba, lenta pero implacable. Siempre había admirado la facilidad de cierta gente para entablar charla en el banco. Pero nunca había presenciado una charla tan animada como la del muchacho de bermudas marrones con el señor de boina negra. Parecía que fueran abuelo y nieto, pensó. Una señora de saco beige le preguntó si esa era la fila para pedir monedas, él muy amablemente le dijo que no y le señaló a su derecha. Se sorprendió al ver que la fila para pedir monedas ya contaba con unas treinta personas y dos curvas en forma de “viborita” para no juntarse con la fila de los depósitos.
El muchacho de bermudas marrones le contaba a su muy probable abuelo de boina negra que estaba de novio, que nunca se había sentido tan bien en la vida. El abuelo le preguntó desde hacía cuanto que salían y el muchacho le contestó que un mes y dieciocho días. El abuelo de boina hizo un imperceptible gesto de “me lo imaginaba” y le dedicó una tierna sonrisa al muchacho que podría haber sido su nieto pero no lo era. Alguien le pidió permiso desde su costado izquierdo. Dejó pasar a una muchacha de unos veinte años, que salía de la fila de depósitos, cansada de esperar. La fila de depósitos tenía ya más de cincuenta personas en su haber, y cuatro curvas en forma de “viborita” formando un zigzag muy gracioso. Giró y vió que la fila para pagar llegaba hasta los ventanales del banco. La gente había decidido apoyar sus culos contra el vidrio, porque el cuerpo les pesaba demasiado. Buscó la hora en su muñeca izquierda y se dió cuenta de que había olvidado el reloj en su casa. No importaba, hoy no tenía ningún apuro. Sintió un codo en su costado derecho, un señor de unos 45 años y pantalones de jogging le pidió disculpas, diciéndole que no había mucho espacio en el banco, nuevamente le pidió disculpas y le contó que estaba en la fila para reclamos, ya que había ido a cobrar, luego fue a la fila de pagos y la plata no le había alcanzado. Entonces cuando había ido a pedir monedas el señor del banco, de muy mala manera, le había dicho que no le podía dar monedas si no tenía dinero. El señor de pantalón de jogging le objetó que eso no era cierto, que él había tenido dinero unos minutos antes pero se lo habían sacado todo en la ventanilla de pagos. El olor a transpiración del señor de jogging le había empezado a molestar, era un olor lo suficientemente fuerte como para apartar la cara. Cuando la conversación le dió un respiro giró su cabeza hacia la izquierda pero se encontró con el hombro de una señora robusta. Ella giró sorprendida y le pegó con el ala del sombrero de paja en la frente. La señora robusta no sólo no le pidió disculpas, si no que lo insultó y le pidió que no intentara colarse en la fila para pedir monedas. Él estuvo a punto de decirle que era una maleducada, y que además, estaba equivocada porque la fila para pedir monedas estaba a la derecha. Pero decidió no decirle nada, estaba de muy buen humor ese día y prefería evitar discusiones inútiles. Ahora el abuelo de la boina negra le explicaba a su no-nieto de bermudas marrones que la jubilación no le alcanzaba ni para los remedios, pero igual venía a cobrarla porque era lo único que tenía. Entonces ahí sí él reaccionó y le dijo que esa fila era para pagar, no para cobrar. El abuelo de boina negra le dijo que no podía ser, con un gesto de desconfianza. Y decidió salir de la fila para preguntarle al guardia del banco. Claro que esto no le resultó sencillo, ya que la gente estaba muy apretada. A la derecha la fila de reclamos, a la izquierda la de las monedas (aunque él no estaba tan seguro de esto último), un poco más allá estaba la fila para cobrar (aunque el abuelo de boina seguía diciendo por lo bajo que la fila para cobrar era esa en la que él estaba) y más a la izquierda estaba la fila de depósitos. A ésa altura las filas se empezaban a entrecruzar junto con las conversaciones. Una señora de cartera azul le comentaba a un adolescente con mucho acné que necesitaba imperiosamente las monedas para viajar, mientras el muchacho le decía que no estaba seguro de que la plata que le había dado su madre le alcanzara para pagar todos los servicios, no podía estar seguro, decía, porque siempre lo habían complicado las sumas con decimales. Él logró avanzar una posición en la supuesta fila para pagar (supuesta para el abuelo, pero segura para él) porque el muchacho de las bermudas marrones se fue con cara de preocupación a buscar al abuelo de boina negra que había salido de la fila para preguntarle al guardia cuál era la fila para cobrar. Cuando estaba pensando en que tendría que reservarles los dos lugares por las dudas que el muchacho y el abuelo volvieran, volvió a ofrecerle conversación el señor de los pantalones de jogging. Decía que era sorprendente la rapidez de los cajeros del banco para atender. Que él venía de otro país en el cual era insoportable hacer cualquier trámite bancario. Debido a esto, le explicaba, su sueño siempre había sido ser cajero de banco, para atender bien a la gente y agilizarle los trámites, pero finalmente se había dedicado a los deportes. Ahí se hizo un silencio, como esperando la pregunta de él sobre que deporte era al que se había dedicado. Pero lo cierto era que él no había podido escucharlo porque no aguantaba el olor de su transpiración, y además, un niño había pasado agachado entre sus piernas, como simulando andar por un túnel, y le había pegado con la cabeza en los testículos. Él se había aguantado de darle un cachetazo porque le parecía que la madre del niño era la señora robusta y maleducada de sombrero de paja. Además, se había agachado levemente para tratar de mitigar el dolor sordo al cual el niño lo había sometido con sus juegos. También estaba pensando en si volvería o no el muchacho de bermudas y su no-abuelo de boina negra, porque la fila había avanzado unos pasos y él les seguía guardando los lugares. Mientras pensaba esto un nuevo codo se había clavado, pero ésta vez en el medio de su columna vertebral, no pudo girar para ver quién habia sido pero escuchó un “disculpe” levemente agudo a su espalda. Tampoco supo si esas disculpas eran para él ya que le había parecido que había varias personas que se habían pisado, o se habían clavado los codos o se habían pegado con el ala del sombrero en la cabeza de otro. De repente se abrió un pequeño surco en la marea humana a su derecha y el muchacho de bermudas marrones le dijo que muchas gracias por guardarle el lugar pero no era esa la fila que él iba a utilizar. O sea, le contó que él venía a pagar, y esa era la fila correcta, pero le había tomado tanto el gusto a la conversación con el abuelo de boina negra que había decidido acompañarlo a cobrar su jubilación. De ahí lo acompañaría a su casa y recién mañana volvería a pagar lo que sea que tenía que pagar. Él quiso saludarlo con un ademán de cabeza pero debajo de su barbilla había un señor petiso pelado de anteojos, el cuál lo insultó (sin darse vuelta ya que no había lugar) por el golpe que le había dado en la pelada. Él quiso disculparse con el señor petiso pelado de anteojos, pero también quería saludar al muchacho de bermudas marrones ya que le había caído bien y había tenido un gran gesto por tomarse la molestia de venir a avisarle que no le guarde el lugar en la fila para pagar. Pero no pudo hacer ninguna de las dos cosas ya que alguien quería pasar por su costado y había extendido una mano y los dedos anillados de la señora de saco beige que había ido a buscar monedas se habían introducido en su boca provocandole una leve asfixia. Él quería pedirle a la señora que retire su mano porque le faltaba el aire pero no podía justamente porque la señora tenía los dedos entonces él quiso hacerle un ademán para que la señora viera su cara violeta pero la señora no lo vió y entonces él la empezó a ver borrosa los dedos se aglutinaron más y más contra su lengua y la señora de saco beige que sólo había ido al banco buscando unas monedas se transformó en una silueta sin forma y el aire le faltaba y todo negro.

Diego M

6 comentarios:

Geraldine, dijo...

historias que se entrelazan en filas....que empieces con todo el año!...

Diego M dijo...

Geraldine: gracias por el coment! empezamos con todo nomás, espero que vos tengas un muy buen año también!!
Besos!

Caetano Evon dijo...

tal cual! hace un montón que no pasabaa veo que el dibujo sigue ejeje
codazos para repartir lo disfruté al quilombo bancario, por primera vez y última supongo
un abrazo!

Diego M dijo...

Cai: gracias por comentar! el dibujo sigue firme, es parte de la identidad del blog y de mi identidad literaria, muchas gracias!!
Abrazo!

Nolberto Malacalza dijo...

Excelente, Diego, este mix de Autopista del sur (bancaria) y No se culpe a nadie (con asfixia en lugar de porrazo). Logradísimo, por otra parte.
¡Felicitaciones!
Nolberto Malacalza

Diego M dijo...

Nolberto: que elogios generosos!!! decir que en este humilde texto hago un mix de dos cuentos de Cortázar, me llena de orgullo.
Gracias por pasar!!