Ya me había hablado Cormillot sobre el poder adelgazante de mis mails. Yo no le creía porque pensaba que nadie podía adelgazar leyendo. Pero resulta que un día me leí la biblia de corrido y, mientras cabeceaba en las partes aburridas de la trama, notaba como mi panza se iba deshinchando como una piñata. Y de golpe me sentí flotando en un mar de grasa que eran caramelos y pizzas y empanadas y asados que venía acumulando desde años antes de empezar a leer la biblia de corrido. Yo que vos vendo la máquina para hacer ejercicios (esa que no entró debajo de la cama aunque los de la tele decían que sí) y me compro la colección completa de libros de Víctor Sueiro: el que se murió y volvió y después empezó a escribir sobre angelitos, túneles y luces místicas.
Diego Monrroy
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