Sus dedos recorrían la madera de recuerdos. La foto de los cuatro en Mendoza. La alacena en donde su mamá guardaba el nesquik. El olor de los guisos, que te hacía doler la panza de hambre. Su habitación, en donde jugaba a ser actriz. Y el día en que se había olvidado de cerrar con llave, y Fede la había descubierto con la ropa de mamá jugando a ser Marilyn. La luz entraba por los ventanales, bailaba entre los fantasmas. Caminó por el patio, no vió el pasto crecido ni las flores secas. Estaban los malvones de mil colores, la rosa china y su mamá regando. Al fondo la esperaba el paraíso: la casita del árbol. Fede jugaba a su alrededor; reía, saltaba. No podía irse, no quería irse. Subió los escalones de madera deshecha, como tantas otras veces. Entró agachada a su casita. El juego de té la seguía esperando en el rincón. Se acurrucó. Pensó en Fede, en mamá, en papá. Y los tuvo a todos juntos. Así, volvió a convertirse en la niña feliz que tanto había extrañado.
Diego Monrroy
5 comentarios:
ahora si caí primero jeje
ta copado el principio con los recuerdos, cada uno con su escencia y pasado.
cosa complicada la flia xD
otro
Y ese es el truco.
Que cosa olvidada esto de recordar, no?
Porque suele doler tanto la palabra familia?
... tu sabras?
¡Estás a full con los comentarios! Jaja. Muchas gracias.
Gracias también por escribir estas cosas.
¡Ah! Y el pibe de limpieza del patio de comidas de las Galerías me pidió que te agradezca por nunca dejar la bandeja abandonada en la mesa.
en la continuación de mi primer paseo por Cruzagramas, donde el salto fue hacia tus hermosas historias, Diego, me quedé prendido a esta principalmente. Me falta mucho recorrido aún, hasta cualquier momento.
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