Los árboles formaban un círculo de fraternidad sobre su cabeza. Los pájaros corrían de acá para allá, cantando sus cosas de la vida. Las nubes tartamudeaban en el cielo, haciéndolo más bello, más sublime. Él contemplaba todo desde un banco de plaza Serrano, con los brazos en jarra detrás de la nuca. El cielo, los árboles y los pájaros le recordaban su infancia apurada, exigua, pero alegre a veces. Le gustaba treparse a todos los arboles que se le cruzaban. Siempre había intentos fallidos, las cicatrices en sus piernas hablaban por sí solas. Pero se levantaba una y otra vez y al final siempre lo lograba. También le encantaba mirar el cielo mientras remontaba su barrilete, ayudado por Manuel, su padrastro. Y a los pobres pájaros los había perseguido toda la infancia sin suerte. Desde el mediodía hasta casi entrada la noche se perdía en los baldíos buscando una presa. Pero lo único que conseguía eran unos vidrios rotos. Ahora, sólo las bocinas rompían la magia del paisaje. Porque la música que salía de los autos le gustaba. Mil voces distintas en el día, mil ritmos. La radio de su vida.
El sol empezaba a pegar fuerte, se sacó la remera y dejó a la luz su piel dura, curtida por soles y tardes de verano. De reojo vió que los autos frenaban en el semáforo. Se levantó de un salto, se acomodó la gorrita y tomó la escobilla que descansaba hacía unos minutos en el agua sucia. Fue directo al primer auto, a ganarse unas monedas.
Diego M
2 comentarios:
Diego: desde NY te escribo principalmente para agradecerte la bondad y la alegría que me trasmitís tanto en tus comentarios como en tus posteos.
Te quería escribir un mail, pero no sé como es tu dirección.
Cuesta abajo, pero esperanzado, te mando un abrazo y espero poder comunicarnos pronto.
Feliz año nuevo
Alejandro
las imagenes son increíbles y no caen en golpes bajos. tampoco esperaba el final...genial
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