Un amigo me repetía cada vez que nos sentábamos a charlar: “la vida es muy frágil. A veces no me puedo ni levantar de la cama pensando en que cada paso que doy, cada acción, puede ser la última. Imaginate si te resbalás bañándote, o si te distraés antes de cruzar la calle, o si alguien se te acerca con un cuchillo, o, simplemente, tu corazón deja de latir sin ningún motivo. Cuando pienso en todo este asunto de la fragilidad de la vida me paralizo” Y yo le decía que no podía vivir pensando así, que la vida era una sola y que él era un persona sana. Que, encima, él era un tipo tan obsesivo que revisaba tres veces la llave del gas antes de salir de su casa. Además, miraba para ambos lados de la calle dos veces antes de cruzar, aunque ésta pérdida de tiempo lo hiciera llegar tarde a todos lados.
Yo lo hacía porque sí, porque no podía verlo en esos momentos con la mirada apuntando a sus cordones, con los ojos nublados y la voz temblorosa. Pobre Osvaldo, pensaba. Ahora él sigue allá. Cuando levanta la cara de ojos inundados, yo le hablo. Sé que me está buscando. Pero no me puede escuchar.
Diego Monrroy
2 comentarios:
Yo conocí un Osvaldo, todavía lo veo de vez en cuando... pero no llegaba a ser tan cuidadoso, casi paranóico como este...
y hay gente q tiene orejas, y nunca aprendió a usarlas y otros q tienen ojos y no pueden concentrar la vista en lo q importa... (q importa??)
un abrazo
Ay, Osvaldo! Casi parece parkinsoniano con esa mentalidad. Casi parece como todos, cuando nos asustamos. Casi parece que ya no puedo pensar con claridad debido a la hora. Perdón, la próxima hago un comentario como te merecés.
Besos color dulce de batata y queso.
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