Ese día vuelve. Una y otra vez. No el día en que Esteban me dijo que se iba a casar, sino el otro. El de la lluvia.
Ahora Joaco me mira como si yo tuviera que aprobar o desaprobar algo. No sabe que a ésta altura de mi vida me causa cierto fastidio eso. Asentí con la cabeza y se quedó tranquilo. La discusión sigue pero yo no puedo dejar de pensar en las gotas que me recorrían la cara. Se había largado con todo. Traté de meterme debajo de la parada del colectivo pero la gente estaba amontonada. El pelo mojado y la ropa pegada al cuerpo. Faltaban cinco cuadras nada más.
-Podría ser en el bar ese de San Telmo, al que fuimos a fin de año ¿te acordás? – la Negra me miró pero sus ojos rebotaron – Está en trance este boludo – dijo, senalándome a mí y mirándolo a Joaco.
Yo había salido con la remera roja nada más. Llevale esto a la Tía Clelia, me había dicho mi vieja, andá y volvé rapidito, eh. Por eso andaba desabrigado, mi vieja no era de dar consejos meteorológicos. El viento frío me envolvía la cara en lluvia. Mis brazos no me alcanzaban para abrazarme. Cinco cuadras era mucho. Estaba mirando hacia la esquina, temblando. Fue ahí cuando sentí esas manos en mis hombros, las manos de…
-Esteban le está pifiando con esa mina. Carola está por la guita con él – la Negra tiró la bomba. – No pongan esa cara che, no es ninguna novedad.
-¿Y que hacemos? No nos podemos quedar cruzados de brazos, Esteban no haría eso en nuestro lugar – dijo Joaco, dándole la última pitada al Parisiennes.
-¿Qué opinás Vicente?
Me estremecí. Fue el choque de sus manos tibias contra mis hombros helados lo que me sorprendió. La lluvia paró debajo de ese círculo negro. Esteban y su mirada de profundos ojos verdes.
-¡Vicente! – gritó Marisol. Miró a los demás llevándose el dedo índice a la sien y girando la mano, nerviosa.
Sentí algo, las palabras no pueden describirlo aunque me llegó hasta los huesos. Me abrazó y me dijo que me acompañaba hasta mi casa, que cómo iba a salir así a la calle, en el medio de una tormenta. No sé, le dije, pero lo que no sabía era qué decirle. Me apretó más fuerte y no temblé más. Lo miré. ¿Por qué me mirás así, boludo?, apurá el paso así llegamos rápido. Pero yo no quería llegar rápido a mi casa.
Diego Monrroy
1 comentario:
Jajajaja, nuestra primera experiencia gay colectiva.
Está muy bueno el texto. Lo puliste un poco, ¿no? Te agradezco que no lo hayas dejado morir entre los borradores.
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