- Hola mi amor, ¿cómo te fue en el trabajo?
- Para el orto - Claudia tiró la cartera en el sillón bordó. Se arrancó el blazer y encendió la pc.
Un silencio espeso se apoderó de la casa. Germán seguía con su limpieza inútil: pasaba la estúpida franelita por los muebles mientras la miraba de reojo. Claudia comenzó a tipear algo. Hacía rato que el sol se había apagado y las sombras bailaban al otro lado de las cortinas del living. Germán iba de acá para allá, dejaba la franela y agarraba el plumero en una operación que sólo desplazaba la tierra de un lugar a otro.
- Traeme agua – sin dirigirle la mirada le escupió la orden.
El plumero quedó tendido en el rincón y Germán apuró los pasos hacia la cocina, tropezó con una silla en el camino pero el borde de la mesa lo salvó de la caída.
- Cuidado estúpido, no vaya a ser que tenga que comprar una silla nueva por tu culpa – Germán tuvo que agarrar la botella de agua mineral con las dos manos para sacarla de la heladera. Llenó el vaso hasta la mitad, volcando un poco sobre la mesa.
- Acá te lo dejo, mi amor – esbozó una media sonrisa de nervios.
Sólo obtuvo por respuesta el sonido apagado del agua deslizándose por la garganta de Claudia. Fijó su vista en el cuello. Ese cuello que alguna vez había deseado y besado y que ahora estaba envuelto en un collar de oro que él no había podido pagar.
-¿Por qué me mirás? – sintió los ojos ardientes de ella clavándose en los suyos.
- Por nada – la mano de Germán agarró el vaso recién dejado por su esposa. Tenía que ir a la cocina a lavarlo. Pero una fina y maldita capa de transpiración se lo hizo escapar de las manos. Sus nervios se astillaron con cada pedazo de vidrio muerto.
- ¿No ves que sos un inútil? ¿ni siquiera sos capaz de agarrar un vaso? – las patas de la silla rasparon la cerámica, Claudia dió dos pasos y le estampó una cachetada. Germán se dejó caer sobre sus rodillas. No le importaba cortarse, no le importaba ver la sangre huyendo de sus rodillas. Sólo quería tenerla lejos, pero el vidrio se le borroneaba y las manos no eran capaces de agarrar nada.
- Estúpido, inútil, inservible ¿qué más? ¿qué más te puedo decir? Levantá esos vidrios de una buena vez – se miró los pies enfundados en sus zapatos de taco – Si me llego a cortar el pie por tu culpa lo vas a lamentar.
Germán juntaba los pedacitos de vidrio y las palmas dejaban sus huellas en el piso. Las sienes le latían y el estómago se retorcía en una danza negra. Tenía los ojos nublados y la lengua trabada porque no sabía que decirle. Nunca le decía nada. Ni siquiera era capaz de inventar una excusa. Los pedacitos de vidrio se le clavaban ahora debajo de la piel. Piel y sangre piel y sangre. Todo era un amasijo de vidrio, cerámica agua, insultos, lágrimas, piel y sangre y más sangre y más insultos y dolor mucho dolor porque los vidrios le sacaban los pedazos enteros de carne y las palmas se le resbalaban en el charco de sangreagua y Claudia se agachó para pegarle pero él no podía y ella le volvió a dar una cachetada y él lloró y le imploró pero ella seguía y agarró un pedazo de vidrio y se lo enterró. Justo en ese hermoso cuello.
Diego M
6 comentarios:
Me dejó medio mal. Me gustó leerlo como es, pero mientras leía iba pensando también en todas las mujeres que son Germán y sus maridos que son Claudia -_-
Patético drama, Monrroy, una escena que se puede visualizar en tu relato. Algo que pasa bastante seguido y nos sigue hundiendo como seres racionales. Un abrazo.
que fuerte relato! superbien logrado.
saludos
Cuando leía me preguntaba porque uno en muchas ocasiones pone piloto automático. El texto me hizo sentir que aunque ningún final es feliz, siempre podemos intentar que sea bueno. Y de la única forma que lo podemos lograr es intentando expresar nuestros deseos y miserias, cosa difícil en estos días.
Un buen texto ha llegado por casualidad a mis ojos. Gracias y un gusto!
Muy bueno Diego, te felicito!
me saco la boina !
muy vivo, presente, ta muy bueno
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