Diego M
16 de noviembre de 2007
Sólo restos
Lo miré. Me miró. Veía la necesidad en sus ojos. Pero yo también. Dí un paso. Él dió otro. Estábamos a la misma distancia. Yo quería, pero... También lo vigilaba, parecía como que lo mantenía congelado por el sólo hecho de clavarle la vista. Y él sentía lo mismo. Las tripas se quejaban. Ya pasaron dos días. Quizá más. Amagué y se puso en guardia. La baba me caía por el costado de la boca, seguía el contorno del mentón y moría en la mugre del cuello. Me tiré de cabeza y lo agarré. El olor del asado pudo más que el miedo. Cuando le estaba dando el primer mordisco, él se abalanzó. Me planté. Le grité le ladré le mostré los dientes. Dió media vuelta y se fue con bronca, a buscar otro hueso, en otro callejón.
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