Mi carrera laboral no fue una carrera. Fue una caminata de domingo. Una meseta. Por extraños motivos (que no les voy a comentar, por lo menos en éste texto, pero, si quieren, un día nos sentamos a tomar una birra bien fría y les cuento, porque a mí, como a varios, la lengua se me afloja con un par de tragos) ¿Qué les estaba diciendo? Ah! Que por extraños motivos pude enderezar mi vida (es decir, vivir sin laburar) pero siempre sentí una mínima cuota de culpa. Muy mínima. A partir de esa minimitud decidí hacer algo por los pobres trabajadores convirtiéndome en SuperVagancia.
Esa conversión al ramo de los superhéroes ahuyentó la culpa por un buen tiempo. Pero, como todo, a veces vuelve. Como hoy, que después de comer la quinta empanada me sentía más que lleno. Pero la pobre sobreviviente me miraba con sus ojitos tristes de empanada solterona. Y sí, sentí culpa, pero ¿quién puede resistir la hermosa tentación de una exquisita empanada chorreante de carne condimentada y cortada a cuchillo?
Diego M
3 comentarios:
buenísimo...¿la cerveza bien fría quién la pagaría?
Me abrió el apetito este post y sed... mucha sed. El no trabajar es una profesión envidiable, mientras que las empanadas te acompañen.
Un beso.
Che, un groso este superhéroe. ¡Hasta es más vago que Súper Crispín!
Publicar un comentario